lunes, 26 de diciembre de 2011

Acto Formal Alberto Isaac Aguilar Molina

-ENSAYO FINAL DIPLOMADO PSICOTERAPIA PSICOANALÍTICA CON NIÑOS Y ADOLESCENTES-

Es fácil hacerse la loca: no tiene más que decirles la verdad a todos en la cara ¿quiere tener siempre la razón? No hay signo más grande de locura...
Béatrice: il librretto a sonagli (Luigi Pirandello)


Hemos sabido conservar la ignorancia para gozar de libertad…Ahora que la ciencia solo ha podido elevarse con el apoyo de la ignorancia… la voluntad de saber solo ha podido levantarse sobre la base de una voluntad mucho mas fuerte aun: la voluntad de no saber
F. Nietzsche
La verdad, o por lo menos el discurso que se jacta de estar en ese lugar privilegiado y venerado, el conocimiento de las cosas, (el consenso de subjetividades como alguna vez oi decir a un psiquiatra refiriéndose a la realidad) llamo mi atención desde tercer semestre de la carrera de psicología. Nos hablaban de la objetividad como principio fundamental del quehacer psicológico y no había nada mas verdadero que eso. Llamo mi atención las criticas e insultos que te ganabas cuando decías algo que se contrapunteara con este discurso, así como el efecto que tenían éste en la forma de comportarnos de opinar y hablar. El poder del profesor ejercido sobre el “alumno” da forma. Esta voluntad de verdad…tiende a ejercer sobre los otros discursos una especie de presión, un poder que coacciona (1). Discurso verdadero.
Este discurso opera sobre los individuos, sobre la subjetividad de cada uno constituyendo así su “realidad”, independientemente del lugar que ocupan en la sociedad, y a que se dediquen en la vida: las prácticas psicoterapéuticas no son la excepción. La forma en la que se intenta cuartar la pluralidad y diferenciación de los individuos se basa en una naturalización de estos discursos, ayudándose de las “ciencias”. Así el poder por si solo se reproduce.
Más allá de una postura epistemológica distinta, esto me hace pensar en que el discurso de las demás psicoterapias obedece a discursos de poder que ayudan en la alienación de los individuos con el afán de formar buenas personas, buenos ciudadanos, buenos estudiantes, buenos (educación moral). Yo, estudiante salido de una institución, como las hay muchas, de las que forman en serie psicólogos con "vastos conocimientos” acerca de lo dicotómico y de lo mutuamente excluyente que es un concepto con respecto al otro: normal/anormal, sano/enfermo y otras que llaman mi atención por el símil que se hace entre eso que pasa entre dos sujetos dentro de un consultorio y un producto.
Este proceso de formación no es de hoy y no es exclusivo de esta profesión, pero se hace necesario puntualizar que tiene otro tipo de repercusiones en carreras en las que se trabaja directamente con un otro que sufre. ¿Cuál es el deseo de quienes deciden estudiar carreras de este tipo? ¿El profesional de la "salud mental” desea saber acerca de qué es lo que lo engancho a estudiar esto? ¿Desea saber acerca de su deseo? ¿Desea saber acerca de su formación? Cada respuesta equivale a un “profesional de la salud mental”, pero ¿cuál sería una de esas respuestas?
Pensaré por un momento que la diferencia entre las psicoterapias y el psicoanálisis se encuentra en la tan “justificable” epistemología de la postura en cuestión. Ésta, en las psicoterapias tiene como objeto ya sea la conducta del hombre, su mente, sus interacciones, sus emociones, la forma en la que se comunica etc. Partiendo de esta premisa consideran la problemática siempre en relación de un sujeto y un objeto; se quiere cambiar al sujeto, al objeto o a los dos pero algo tendrá que funcionar para que el individuo que acude a terapia alcance la plenitud, la felicidad o el éxtasis de la vida.
La postura psicoanalítica se muestra escéptica ante esto: el objeto del psicoanálisis no es el hombre sino lo que le falta; algo que no es asequible, lo que existe pero no fue, no es y no será. Esta carencia funda al sujeto del psicoanálisis, sujeto deseante, y lo introduce en la estructura simbólica. Muerte de lo inefable, acto simbólico sobre lo real. El deseo nunca es saciado.
El analista mas allá de toda moral que corresponda a su época, escucha los significantes, dirigiendo su deseo a la enunciación, como sujeto del inconsciente, sujeto escindido representado por un significante que remite a otro significante (registro simbólico); por tanto sujeto deseante. En cambio el discurso moral con denotación de razón impregna el habla y la escucha de un yo ávido de someter y gobernar a otro. El yo (je) de esta elección nace en una parte distinta de aquella en la que se enuncia el discurso, precisamente en el que lo escucha (2)
Aquí cabe destacar que en distintos enfoques terapéuticos también se toma en cuenta al lenguaje pero como ese instrumento mal utilizado por los individuos, trayendo como consecuencia problemas en la comunicación lo cual desemboca en un sinnúmero de problemáticas. Como se mencionó anteriormente el sujeto es constituido a partir del Otro que con sus significantes, alienado al lenguaje y habitado por la palabra.
Contrario a como las teorías de la comunicación abordan el lenguaje Octavio Paz en referencia a los románticos alemanes y surrealistas comenta: No es el poeta el que sirve del lenguaje, sino éste el que habla a través del poeta.
Con respecto a la no escucha recordé a un sujeto de aproximadamente 10 años el cual acudía con su madre; se mantenía serio. La conversación se dio entre el terapeuta y la madre del niño, mientras este último observaba silenciosamente. Llegaron a la conclusión de que el menor tenía depresión. Sin dirigirle una palabra o preguntarle algo lo llevaron con un psiquiatra para que lo diagnosticará “formalmente” y lo medicará El psiquiatra no hizo mas que confirmar el diagnostico del terapeuta y de la madre, mandándole medicamento al menor para aproximadamente más de un mes.
En este ejemplo puedo suponer que hay un sujeto perdido, no escuchado, diagnosticado y medicado. Se quiere saber de él pero a través de lo que enuncia la madre ¿No se quiere escuchar a ese sujeto? ¿Para qué escuchar si se puede intervenir directamente sobre un problema asequible?
La institucionalización del ejercicio terapéutico crea la ficción de que existe un cuerpo de conocimiento preestablecido, probado y comprobado listo para llevarse a la praxis en cualquier persona, sea del modelo que sea, presentando la problemática que sea; hay una terapia a tu medida, y con esto no se refiere a la particularidad del sujeto o al caso por caso que he oído mencionar dentro del psicoanálisis. Se refiere mas a una serie de técnicas que preexisten a casos, trastornos, enfermedades, etc., que aún no se dan o no se darán, pero que si surgen, seguramente tendrán como común denominador solo la técnica asignada para su curación. Como acabo de mencionar, desde estas perspectivas se interviene sobre trastornos o enfermedades que borran al sujeto del psicoanálisis. No se desea oír al sujeto (ético) sufriente ya que este sujeto no es objetivable. El yo del terapeuta, identificándose con Otro, interroga a otra gruesa cascara de identificaciones (otro yo), cuya primer capa es el estadio del espejo. A este Lacan lo comprende como una identificación en el sentido pleno que el análisis da a este término: a saber, la transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen (2). El conocimiento, imagen asumida por el psicoterapeuta, interroga a otro, inferior y peligroso para si mismo; a la vez que el cuerpo doliente interroga a al Otro (conocimiento) que no escucha.
Esta formación me parece que ostenta sus raíces desde el ingreso de las personas al sistema escolarizado. Los humanos desde etapas muy tempranas de la vida son recluidos en distintos lugares como guarderías o estancias infantiles para comenzar posteriormente la educación básica. A los niños se les extrae desde muy pequeños de la vida para explicarles que es la vida. Al pasar de la educación básica a la educación superior no se nota un gran cambio en la forma de imponer el conocimiento imperante. Al principio y al final un adiestramiento moral. El surgimiento de los constructos y de la existencia por tanto del niño, el adolescente, el loco, con “características naturales propias” cada uno; figuras discursivas que permiten la puesta en marcha de dispositivos de poder que producen conocimiento a través de la reclusión de dichas figuras. La sociedad toma parte en esta institucionalización de la figuras demostrando su miedo a identificarse con aquello que “desprecian”
A los individuos en formación del área de la “salud mental” se les explica todo lo teórico acerca de que es lo sano y que es lo enfermo, lo normal y lo anormal, cómo interviene la psicofisiología en la conducta de las personas; se les explica el dolor de los otros, desterrándolos del dolor propio. Después se les enseña a intervenir, a cambiar a manifestarse, a jalar la palanca del eficientísimo; se convierten en los perros ovejeros (a servicio del Amo) que ayudan a dirigir a esa oveja descarriada con el rebaño, llámese familia, escuela, trabajo o sociedad. Se busca realizar una labor civilizadora.
Esta relación entre el terapeuta y paciente de este tipo se observa entre el Dr. D. G. M. Schreber y su hijo. El primero encarnando el saber científico, con un poder para curar, mientras el segundo con una sumisión total desde pequeño, abandonando su cuerpo y ser, entrenado para renunciar a su deseo. Una moral terrorista es el fundamento de la conducta científica que se propone a los padres, educadores y medios (3)
La escuela se ha convertido en una fábrica de neuróticos. Enlazando el punto acerca de las instituciones productoras de psicoterapeutas, contrario a lo que se puede pensar, la formación que se les da ahí a los estudiantes no los excluye del sufrimiento, de esa carencia (enfermedad mental como ellos mencionan). Esto obedece también a la negación o tergiversación de la transferencia, acontecimiento ineludible del ejercicio psicoanalítico; motor de la cura y eje central del tratamiento. Si es así, el tratamiento se funda en una relación de poder ante otro, lo cual dista mucho de un actuar ético, más allá de la moral y de los discursos de la razón.
Por último me gustaría hacer una observación acerca de los diagnósticos, con los que se trabaja y las implicaciones que tiene sobre el trabajo clínico.
Los manuales para diagnosticar trastornos mentales cada vez abarcan a más población, en detrimento de una congruencia y coherencia. Fungen mas como un arma política, la Nef des Fous (4) del siglo XXI, que incluye a los sujetos en un diagnostico para excluirlos de la sociedad.
Algunos psiquiatras y psicólogos justifican su acto, responsabilizando a la estructura social, la cual le deriva esos problemas, no quedándoles otra opción que cumplir con la demanda. Es aquí en donde cabe la pregunta ya hecha con anterioridad: ¿y su deseo?
No niego la existencia de las entidades psiquiátricas, solo creo que se puede desmitificar la imagen del loco y la institucionalización de la locura, acompañado de un cuestionamiento constante en nuestra labor.


(1)Foucault, M. (1994). El orden del discurso. Buenos Aires: Tusquets.
(2) Lacan, J. (1949) Escritos II. El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica. México. Siglo XXI
(3)Mannoni, M. (1979). La educación imposible. México. siglo XXI
(4)Foucault, M. (2004). Historia de la locura en la época clásica, I. Argetina: Fondo de
cultura económica.
(5)Octavio Paz (1967) Claude levis-strauss o el nuevo festín de Esopo. serie del volador

Resistencia-transferencia ¿en quien? Diana Monserrat Carbajal Suárez

-ENSAYO FINAL DIPLOMADO EN PSICOTERAPIA PSICOANALÍTICA CON NIÑOS Y ADOLESCENTES-


Hablar o escribir de infancia, adolescencia, del enfermo o del loco; ¿Por qué mejor, no escribir de las dificultades o resistencias de los analistas? Porque al final es más fácil decir, escribir y averiguar qué pasa con los demás, qué pasa con todo el mundo.

Quisiera iniciar enunciando: ¡Cuánta dificultad encontré antes de poder escribir apenas un esbozo acerca de las resistencias/dificultades del analista o psicoanalista, que se dedica en el día a día a tratar con niños, adolescentes y adultos!; qué difícil escribir acerca de las limitaciones que encontramos, pues ¿Cómo?, ¿No se supone que somos, nosotros a los que acuden para saber los que pasa con los niños y adolescentes?, ¿No se supone que somos nosotros los que tenemos todo el conocimiento con respecto a la psique? ¿No se supone que somos nosotros quienes, resolveremos, evitaremos, curaremos, enseñaremos y guiaremos?.

Y me parece, que es precisamente por la dificultad que tenemos de aceptar nosotros mismos como analistas, terapeutas, psicólogos o el nombre con el que más nos guste ostentarnos, que no somos el saber total, absoluto y final. Que no somos el terapeuta con poderes e interminables conocimientos teóricos que rescata del hoyo a un paciente, sino que es un conjunto de situaciones; es el lugar con el que nos colocamos frente a cada paciente, “El del sujeto supuesto saber” ó del “Saber” del “Amado” o del “Amante”, dispuesto o no a escuchar, dispuesto o no a cuestionarse así mismo sobre lo que hace sentado frente a cada paciente, dispuesto o no responder a las demandas de los demás e incluso a las suyas.

Por tal motivo, es preciso ubicarnos primero que nadie, que nosotros no resolveremos, no curaremos, no evitaremos, no rescataremos y que será la decisión de cada paciente a través de sus palabras o de las nuestras, tomar o ignorar lo que se hace dentro del espacio terapéutico. Que si bien somos el analista de alguien, es porque precisamente ese otro ha decido que seamos su analista o bien porque otra persona ha decidió por él que lo seamos.

Si en algún momento es preciso colocarnos en el lugar del “Saber” y no del “Sujeto supuesto Saber” será para poder dar cierta certidumbre y sostén, pero con la firme intención de devolver ese saber al sujeto, y pueda tomar la riendas de su vida.

Es necesario girar un poco el discurso y replantearnos antes de valernos de justificaciones teóricas y llenar al paciente de resistencias, si es en nosotros terapeutas que debemos buscar los obstáculos.

Parece ser que olvidamos, que también al igual que a los pacientes, en nosotros existe ese fenómeno, que miramos, tan extraño y distante, en los terapeutas: “la transferencia”. Que despierta y hace surgir ante determinado paciente o frente ciertas circunstancias sentimientos de odio y amor, por los cuales, muchas de las veces dejamos de hacer o bien decidimos hacer.

Pero, ¿cual es la razón, por la que minimizamos la transferencia? Porque: “no la advertimos, ni necesitamos ocuparnos de ella mientras su acción es favorable al análisis, pero en cuanto se transforma en resistencia nos vemos obligados a dedicarle todo nuestra atención” (Freud, 1917), volcándonos en el otro, atribuyéndole cualquier avance o retraso, pues es más conveniente asumir como concepto teórico y dogma, la siguiente cita, en la cual según Greenson (1999, citado en González, 2002): “…resistencia consiste en: todas las fuerzas que dentro del paciente se oponen a los procedimientos y procesos de análisis, es decir, que estorban la libre asociación del paciente, obstaculizan los intelectos del paciente de recordar y de lograr asimilar el insight, que operan contra el Yo razonable del paciente y su deseo de cambiar.”, que voltear y mirar en uno mismo, de tal forma que pudiéramos comprender, atender y entonces sí, ponerla al servicio de la cura, puesto que no hay interpretación sino es por medio de la transferencia.

¿Acaso no está, “…bastante demostrado por Lacan que el fenómeno violento del amor de transferencia, con el que Freud se encontraba a cada paso, lo generaba él.”? (Pablo Peusner, 2006). Es decir, que “el analista no debe estar ubicado en el análisis en la posición del amado sino en la del amante” y que si bien detectamos resistencias antes que nada, habría que supervisar el caso “porque es la posición del analista la que genera el fenómeno” (Pablo Peusner, 2006).

Es preciso entonces, poder dar lectura a lo que nos pasa como terapeutas, para ser éticos, coherentes y consecuentes con nuestro quehacer diario; es preciso, dejar en claro que “la transferencia no en está ni en el analista ni en el paciente, sino que la transferencia está entre ambos”. (Pablo Peusner, 2006)



Sigmund, F. (1905/1917) “La Transferencia: Obras Completas
Tomo II”. España: Biblioteca Nueva.

Peusner, P. (2006) “Fundamentos de la Clínica Psicoanalítica Lacaniana con
Niños. De la interpretación a la transferencia. Buenos Aires: Letra Viva

González, J; Rodríguez, P.(2002) “Teoría y Técnica de la Psicoterapia
Psicoanalítica”. México: Plaza y Valdés.